Su ridículo papel ante la historia.
Sus cerebros llenos de aguas servidas televisivas. Cuerpos sin vida, sin proyecto alguno. Convocados por las más frívolas agonías del mundo moderno. Repetidores, imitadores. Flojos, sin vergüenzas, carentes de aplausos y de señalamientos.
Arrechos por cómo los pobres les volteamos el cuentico nocturno que les echaban sus padres antes de dormir: este país es tuyo, desángralo y revéndelo, como hice yo.
Indignados ante la aplastante historia reciente: los pobres llevamos el volante de la Nación.
Deprimidos, vacíos, sin ninguna otra perspectiva que no sea el autoincendio, la autoconfusión y el autoflagelamiento.
Poesía y ficción barata, descomposición mental del este capitalino.
Como dijo El Comandante: “Échenle gas del bueno y me lo meten preso”
Terminen de volverse locos que en la pista seguimos venciendo.
¡Viva Chávez!
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