En distintos artículos, desde hace ya mucho tiempo, venimos coincidiendo
con varios comunicadores sociales en que
hay un plan en marcha para terminar con
la revolución. Esto no comprende solamente la caída del gobierno, sino
también el arrasar con cualquier referencia simbólica que alimente la
posibilidad de estructurar una resistencia en torno a ella.
Para
que esto ocurra se necesita de la concurrencia de distintos factores y
fenómenos que se articulen en un momento dado y posibiliten el desenlace, lo
cual no puede ser de otra forma que de manera violenta.
“Salir de Chávez”, es mucho más que un deseo o una consigna expresada
en diversas formas, pues para la oposición y el enemigo multinacional, “El Comandante” sigue vivo en su obra y
su impronta política, por eso, “Salir de
Chávez” es pretender quebrar un fenómeno socio-histórico apuntalado por la
relación Líder -Masa más extraordinaria que
haya conocido la historia de Venezuela y es intentar modificar o
aniquilar una política nacional e internacional que cambió los paradigmas
previstos desde los centros de poder para una nación latinoamericana portadora
de uno de los recursos naturales indispensables para la reproducción del
capitalismo.
No
es antojadizo, ni mesiánico apuntalar la hipótesis de la confrontación violenta
por parte de los factores de oposición fascista, representantes de los
intereses imperialistas multinacionales, pues desde el inicio del proceso
revolucionario la revolución bolivariana ha sido puesta a prueba y año tras año
la violencia opositora se ha materializado con su saldo de heridos y muertos.
Nuevamente,
en lo que va del año, las fuerzas de seguridad venezolanas han capturado
paramilitares dentro del territorio nacional y no se trata de una circunstancia
casual o como plantea el inefable Capriles Radonski “Forman parte de las locuras con las que tenemos que lidiar quienes
queremos un cambio en el país, son los típicos trapos rojos, las
típicas cortinas de humo”,[i] haciéndose el distraído, (por no
decir otra cosa) de cuando él participo en el golpe de estado de abril de 2002
y los francotiradores apostados en el Hotel Edén, montados por sus “compañeritos
de causa” eran paramilitares colombianos, detenidos, registrados, y liberados de
la DISIP por Ovidio Poggioli Pérez[ii], en el breve tiempo en el que
usurparon el gobierno.
En 14 años de revolución, esta simbiosis “oposición
venezolana-paramilitares-Oligarquía colombiana” no nos es extraña, como tampoco
que siempre aparezca el gobierno de EUA, en alguna de sus versiones, involucrado
en este intento continuo y perverso de querer borrar del mapa a la Revolución
Bolivariana.
Cada año que pasa vemos como los sectores violentos
modifican y perfeccionan su accionar y aparecen tácticas y herramientas
diferenciadas en su afán desestabilizador.
Venezuela es sin lugar a duda un laboratorio de la teoría de la GBI (Guerra de Baja Intensidad) en el
cual se desarrollan diferentes estrategias conspirativas, como nos ilustra el
profesor Pavel Rondón, en su muy buen artículo “Guerra de III y IV Generación” publicado en el CORREO DEL ORINOCO
el miércoles 17 de Abril de 2013, en el cual nos dice:
“La guarimba se modifica, combinando
elementos de guerras de III y IV generación, así fue este lunes, actuaron en
todo el país, atacando sedes del PSUV, CDI y otros.
Eso supone una organización previa
como: determinar los objetivos, conocer vías de acceso, si tienen protección;
entrenar en manejo de armas y de bombas incendiarias y fragmentarias;
camuflajes y otras previsiones. Esas son técnicas de formas de guerra
irregular, de III generación.”
Alguien
financia, alguien entrena y alguien recluta.
En este marco ¿cómo se ubica?, ¿cómo
encaja la participación electoral de la oposición fascista?
Como
un parapeto, como una caja de resonancias mediática, desde la cual desprestigiar a las instituciones de la
nación y generar una imagen distorsionada de la realidad con discursos
demagógicos e insidiosos que contribuyan a minar el pie de fuerza que tiene la
revolución en el seno de las masas populares.
Como
una herramienta para generar una correlación de fuerza que cubra con un manto
de “legitimidad” su accionar violento.
Después
de una férrea campaña de desprestigio al CNE (Consejo Nacional Electoral),
tanto a nivel nacional como internacional, como también de la investidura del
presidente Nicolás Maduro al que catalogan de “ilegitimo e ilegal” ya que caracterizan que su designación es
producto de un “fraude electoral”
realizado en las pasadas elecciones del 14 de abril, la oposición venezolana se
apresta a participar en las elecciones municipales que se realizaran el 8 de
diciembre en todo el país.
¿Qué motivación puede tener la
oposición para participar de las elecciones si juran y perjuran que son
víctimas de maniobras fraudulentas?
Obviamente,
tendrán una respuesta elaborada desde su retórica democratista, pero nada
tendrá que ver con sus verdaderas y veladas intenciones que son las que se
manifiestan en la vida cotidiana, fuera del escenario electoral.
Vemos
con el correr de los meses como aparecen nuevos elementos de “lucha de calle”
instigados por la oposición y coincidimos con el gobernador del estado
Anzoátegui y ex ministro de educación Aristóbulo Istúriz, cuando al hablar del
paro universitario plantea “Los métodos
de lucha tienen que ver con estrategias de la oposición” y agrega “lo primero que tienen que hacer los
dirigentes es mantener su planteamiento en el plano reivindicativo, en la medida que eso se vincule, se
utilice y se preste como un elemento desestabilizador dentro de los planes de
la oposición, el conflicto no va a encontrar salida”[iii].
En
este contexto el dirigente de Voluntad
Popular Leopoldo López manifiesta a
la prensa “el día de ayer el CNE
formalmente convocó a las elecciones el 8 de diciembre, nosotros ratificamos
que ese es un camino que hay que recorrer, vamos a las elecciones, claro que
hay que votar, pero debemos dejar muy claros que aunque hay que transitar este
camino, eso no es suficiente” y
afirma “No es suficiente porque la crisis
que está planteada hoy en Venezuela requiere que nos activemos en todos los
terrenos” .
Estas
declaraciones, que se pueden interpretar como un mensaje subliminal, como esas
cosas que se deben leer “entre líneas”, me hacen pensar; los hechos violentos ocurridos después de las elecciones del 14 de
abril y que generaran más de diez muertos, heridos, y una situación de caos
momentáneo, ¿no habrán sido un ensayo, una práctica, una puesta en escena de un
plan desestabilizador más ambiciosos?
¿Qué ocurriría si en las elecciones del
próximo 8 de diciembre, la oposición que viene con resultados a su favor del 14
de abril pasado en muchas partes del país, especialmente el algunos estados
como Mérida, Táchira, Zulia, Carabobo, Falcón o Nueva Esparta, perdiera a manos
del oficialismo?, ¿se repetirían a gran escala los sucesos violentos de abril
al volver con la cantaleta del fraude?, y
si ganaran en la mayoría de las capitales de los estados ¿esto no significaría
un pie de fuerza para una escalada mayor de violencia dentro de sus planes
desestabilizadores?
La
oposición está hegemonizada por sectores fascista y hasta el momento el resto
no se ha distanciado de la política que ellos plantean, es más le han servido
de comparsa.
Las
últimas novedades sobre las detenciones de paramilitares, el nuevo incidente
con Colombia y la denuncia transmitida por el periodista José Vicente Rangel
sobre una presunta compra de aviones de guerra a Estados Unidos por gente
ligada a la oposición venezolana[iv],
configuran un cuadro preocupante que no debe ser menospreciado a la hora de
tejer posibles escenarios en la vida política de Venezuela.
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